No ver para creer, no ver para crear.
En la total oscuridad ingresé a
un teatro porteño a principios de febrero, muy cerca de calle Corrientes al
3000, pasaje Zelaya 3006, lugar donde se encuentra el Centro Argentino de
Teatro Ciego. Un lazarillo me guió hasta mi ubicación, desde donde apreciaría
las dos obras del director Charlie Gerbaldo: El Infinito Silencio y Babilonia
Fx.
Antes de ingresar las
instrucciones fueron precisas: Formar filas de diferentes cantidades de personas
para ordenar las ubicaciones, ingresar completamente a oscuras siguiendo el
hombro de un guía, conceden diez minutos para que aquel que no quiera/pueda
quedarse avise y un lazarillo vaya a buscarlo, establecer (con)tacto con los
asientos para que uno pueda hacerse una referencia mental de cómo y dónde está.
Estas son algunas entre varias otras explicaciones, y no obstante ellas, nunca se
está lo suficientemente preparado para la condición de no vidente, razón por la
cual el ingreso puede resultar tan sugestivo como dramático, hasta que
finalmente uno logra conectarse con sus otros sentidos y librarse a
experimentar la propuesta teatral aceptando las condiciones de existencia: ser,
a ciegas durante unas horas.
Emergen distintos recursos con
los que poder seguir la trama de las obras: sonidos, olores, movimientos,
sensaciones. Acostumbrados a experimentar el teatro desde la mirada del espectador, aquí la recepción es conformada por el guión y las
actuaciones, todo lo que las voces de los actores de teatro ciego puedan
transmitir. A partir y desde ellos es que imaginamos y vivimos la obra, mucho
más que en cualquier otro tipo de teatro. Aquí los otros sentidos son esenciales
tanto para contar, como para poder participar del espectáculo. Casi todo el
lenguaje del teatro queda obsoleto “¿Viste la obra?” La interpretación y los
intérpretes son resituados desde otros locus de percepción donde la clásica
expresión corporal está exiliada de la vista y busca revelarse desde otros
lenguajes. Esto, cuando es bien realizado, logra que uno jamás se sienta disminuido
allí.
Una tragedia, un accidente, una
tremenda fatalidad puede ser, sin dudas, quedarse ciego, pero lo realmente
triste es mirar sin ver. Lo anterior es una lisia física y aun así deja lugar a
la imaginación; montón de mundos posibles pueden proliferar aun en esas
condiciones, como por ejemplo, el del teatro ciego. Lo otro, lo segundo nos
habla de una discapacidad social y emocional donde casi no hay lugar para la
experiencia sensible. Y eso es lo realmente fatal. Por lo tanto, no cometamos
la discapacidad de hacer de cuenta
que este teatro no existe. Existe, es inclusivo y funciona para todos, no
solamente para ciegos. Nuestro mayor acto de colaboración y reconocimiento hacia
él es, paradójica aunque no irónicamente, hacerlo visible. La lisia no debe
convertirse en lisia moral.
Tuvimos oportunidad de dialogar
con Charlie Gerbaldo, director de las obras antes mencionadas y él nos contaba
un poco acerca de ellas y del proyecto de Teatro Ciego en Argentina.
Mariela Flores Torres (MFT): En principio, contános algo de teatro
a ciegas en la
Argentina: ¿Hace cuánto que están, cómo es el proyecto y cómo
vienen funcionando?
Charlie Gerbaldo (CHG): El teatro sin luz, el teatro ciego, comenzó
con un experimento de un tipo cordobés que empezó haciendo una obra, Caramelo de limón, en Córdoba, en 1991, y
luego la trajo acá a Buenos Aires (1994). Esa persona no siguió haciendo
teatro, pero dentro del elenco estaba Gerardo Bentatti como actor y como
productor ejecutivo, asistente de dirección. Gerardo Bentatti, una vez que
termina de hacer Caramelo de limón,
demora unos siete, ocho años en volver a formar el grupo, buscar actores y
tratar de hacer una obra en la oscuridad (2001/02). Hizo así una adaptación de La isla desierta, la convirtió en obra
de teatro junto con otro director y estuvieron diez años en cartel. La
empezaron en el Konex y, luego, Gerardo se asoció con el primo, Martín Bondone,
y juntos formaron el Centro Argentino de
Teatro Ciego. Ahí hacen La isla
desierta como hilo conductor. Después, Gerardo se separa del director, que
se vuelve al Konex y se lleva la obra, y él y Martín Bondone se ven en la
obligación de buscar otras obras. Ahí nace A
ciegas con luz, que es un espectáculo en donde se come en la oscuridad: el
espectador entra en total oscuridad, como en todas las obras de teatro ciego,
se sienta, tiene la comida servida y hay una cantante lírica, un pianista, un
saxofonista, un clarinete y la interacción de diferentes actores que van
recreando cuadros musicales de diferentes épocas de Buenos Aires. Éste es el
espectáculo más “taquillero” del teatro. Después recrean Luces de libertad, que es una obra en base al Bicentenario, y
después aparezco yo con Babilonia FX (2010) y El
Infinito Silencio (2011).
MFT: En relación a las obras propiamente dichas, yo noté algo en
común: en ambas hay un narrador que es quien vivió los hechos y cuenta la
historia. ¿Ésa es una estrategia tuya, completamente conciente o no? ¿Es una
elección o es un método?
CHG: Es casi la única forma que tiene el teatro ciego de contar, a
través de un narrador, porque si no es muy difícil ubicar a los espectadores en
la historia. La isla desierta
funcionaba igual: había unos empleados públicos que trabajaban en un sótano y
uno empezaba a contar una historia acerca de que había viajado por el mundo, y
desde la oficina van y vienen en el tiempo. Lo que yo copié es la fórmula y,
después trabajé sobre dos géneros: la primera obra, Babilonia, es un thriller de acción que tiene como cuarenta y dos
escenas, todas cortitas, y El infinito
silencio tiene tres actos, ya más pautados, con menos personajes y demás. Todas las obras están pensadas para que el
espectador vuelva a “verlas”, porque la primera vez no las entendés. Tanto
en La isla desierta como en Caramelo de limón, la idea era que el
espectador pase tres o cuatro veces y le cierre todo, tipo las películas bien
difíciles de entender, donde uno tiene que ver tres o cuatro veces para darse
cuenta por dónde pasa el hilo conductor. Es la metodología, el formato de esa
clase de teatro, y se hace en base a ese formato porque es difícil encontrar
otro para contar la historia.
MFT: Claro, tiene total lógica. Ahora, sería interesante también
probar con otra cosa, por ejemplo, con que no haya un narrador explícito a ver
qué pasa, cuál es la respuesta del público.
CG: Bueno, en A ciegas con
luz no hay un narrador, no tiene una línea dramática, son todos cuadros
musicales sueltos en donde no hay una línea dramática entonces no es necesario
seguir el drama, hay tiempo para comer, incluso hay un intervalo. Después, Bang Bang estás muerto, que es “a la
gorra” por decisión del teatro, es una obra en la que está más disfrazado el
cuentito del narrador, porque todo es en base a un juicio.
MFT: ¿Cuál es la
respuesta del público ante ese narrador más ausente?
CHG: La gente que viene, por lo que escuché, la entiende
perfectamente, porque tiene un formato muy cinematográfico, es bien americana,
en el sentido de que pasa todo en un juicio (cosa que acá mucho no se da), es
un juicio en el cual todo el país está esperando a ver qué pasa. Y creo que se
entiende perfectamente el cuentito. De todos modos, a mí me gusta eso de ir
sorprendiendo, o que sea un poco confuso.
MFT: En relación al género teatro a ciegas o en la total oscuridad,
por lo que dice su manifiesto es un tipo
de teatro no exclusivo para no videntes, sino que es para todos. ¿Nos podrías
contar un poco de eso?
CHG: La gente dice “teatro de ciegos” o “teatro para ciegos”, y, en
realidad, si uno se pone a reflexionar, teatro con luz o sin luz, para los
ciegos es exactamente lo mismo, porque ellos no ven, con luz o sin luz.
Entonces, no es ni teatro “de” ni “para”, es teatro ciego o teatro sin luz,
donde se invita tanto al espectador que ve como al que no ve (que tiene las
entradas sin cargo) y al actor que ve y al que no, a que, por una hora, todos
tengamos exactamente las mismas condiciones. Básicamente, ése es el
pensamiento: que durante una hora, hora y media o dos, todos se encuentren en
las mismas condiciones. Básicamente es eso: teatro sin luz.
MFT: Dentro del elenco que tuvimos oportunidad de ver -cuando
finalizó cada una de las obras- notamos que la mayoría eran actores no
videntes. ¿Cuál es la respuesta de los actores videntes frente a ser actores de
una obra de teatro a ciegas?
CHG: Es buena. Primero, para los actores no videntes es como una
pequeña salida laboral, gratificante de alguna forma. Ser actor, tanto para el
que ve como para el que no ve, es como ser músico: hay que aprender. Bueno, eso
es lo que se trata, más o menos, de hacer acá: formar actores y, a medida que
se vayan formando, ir incluyéndolos en los elencos, ya sea como reemplazos o
como titulares. Y respecto de los que ven, la mayoría salieron de la Escuela de Teatro Ciego o
de Teleactuar, se hizo una fusión entre ambas escuelas. Para ambos resulta una
salida laboral y hay buena recepción.
MFT: Está claro en el manifiesto
que es un teatro abierto e inclusivo. Pero ¿Nunca han recibido algún comentario
acerca de que con este tipo de teatro pueden estar construyendo una forma de
entretenimiento o de espectáculo “exótico”, como una especie de “discriminación
pasiva”, por llamarlo de algún modo, en donde las personas que vemos accedemos
a ponernos en la condición de ciegos sólo para disfrutar de una obra y después
retirarnos?
CHG: Creo que no. De todos modos, hay buenas y malas personas,
después que vean o que no vean, son temas secundarios; pueden venir críticas de
ambos lados. O sea, hay gente buena y gente mala, gente con buenas intenciones
y con malas intenciones. Hoy, lamentablemente, el teatro ciego no es un negocio
para nadie, ni para los actores, porque no es que ganan una gran plata. El
espectáculo que mejor pago está es A
ciegas con luz, pero el resto es teatro off comercial. Puede haber gente
que comente cualquier cosa. Por otro lado, estaría bueno difundir que el
Gobierno hace muy poco sobre esto. Por ejemplo, el Centro Argentino de Teatro
Ciego es uno de los pocos lugares en el mundo de teatro ciego, por no decir el
único, porque la única técnica que se utiliza en la oscuridad es en Alemania,
pero es un restorán, en plena oscuridad, y después, en la misma época, en
Córdoba, con eso que comentaba antes (la obra Caramelo de limón). A España se llevó desde acá; después, viene
gente de Chile, de Colombia, de Brasil, de España a ver este espectáculo. Estaría bueno que se tome conciencia a
nivel nacional y que se colabore con
el proyecto.
MFT: El Instituto Nacional de Teatro (INT) incluye algunas de las
obras en un catálogo que ponen a disposición de toda la Argentina para que esas
obras puedan ser llevadas a distintos lugares, ¿Alguna vez probaron con hacer
esto?
CHG: Yo tengo entendido que las obras de teatro ciego no figuran,
que intentar sí se intentó. Por ahí el tema es difundir el hecho de que en
realidad se está creando una fuente de trabajo, una educación, básicamente, y
que se comparte con el espectador que ve. Tengan en cuenta que hoy el Centro
Argentino de Teatro Ciego se mantiene con la entrada básicamente, porque el
alumno de teatro ciego tiene un bono que es mínimo, y el teatro no se queda
nada, todo se va en gastos, más que nada administrativos, entonces es difícil. Hay
que seguir en la lucha y tomar conciencia, básicamente, de lo que significa la
ceguera. Los que vemos en realidad no vemos un montón de cosas, y eso no es por
ser demagogo, pero la verdad es que la gente que no ve termina indicándote
muchas cosas que te sorprenden.
Para saber más sobre el Centro Argentino de Teatro Ciego consultar la
página: www.teatrociego.org
Desgrabación completa de la
entrevista a cargo de Daniela Levinas (¡Gracias!).
MFT.
¿Qué ves cuando no ves?
El "Teatro Ciego"
o "Teatro a Ciegas" es
una nueva forma de sentir lo real; así, al estar inmersas en un espacio
sin luz, las personas se ven obligadas a percibir la realidad desde otro lugar,
con otra magnitud. Esta técnica se ofrece como un medio que facilita el
desarrollo de las capacidades de cada individuo, a la vez que fomenta
el trato igualitario y la empatía, destruyendo los preconceptos de la imagen y
los efectos negativos que su idealización produce. No es un teatro
"de" o "para" ciegos, sino de y para todos ya que permite
el desarrollo de las potencialidades de todos y de cada uno porque todos estamos
incluidos. En el Teatro Ciego se borran las diferencias entre las personas,
diferencias que son aparentes y que sólo se perciben a través de la
vista.
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